El proceso de terciarización no es espontáneo, es el resultado de múltiples factores estructurales y globales. En los países desarrollados, este fenómeno tomó fuerza desde los años 50 y 60, mientras que en las economías emergentes (como las de México, Colombia o Brasil) comenzó a concretarse a partir de los años 80.
Uno de los principales impulsores ha sido el crecimiento urbano. A medida que las ciudades crecen, también lo hace la demanda de servicios como transporte, vivienda, educación, seguridad y salud. Este entorno urbano concentra más del 60% de la población mundial y más del 80% del PIB global.
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Otro factor es la internacionalización de los mercados comerciales y financieros, que ha permitido exportar no solo bienes, sino servicios: software, ingeniería, educación online, servicios de call center, diseño gráfico, etc. México, por ejemplo, es hoy uno de los mayores exportadores de servicios empresariales en América Latina.
Las nuevas tecnologías han automatizado la industria y, al mismo tiempo, han creado nuevos nichos de servicios: fintech, e-commerce, logística digital, entretenimiento vía streaming, educación en línea. El valor agregado ya no está en el producto, sino en la experiencia y en la personalización del servicio.
Además, el aumento del ingreso per cápita y del tiempo libre ha modificado el patrón de consumo. Hoy se gasta más en ocio, salud mental, bienestar y experiencias que en productos físicos. Esto se refleja en el crecimiento explosivo del turismo, el cual ha generado un efecto multiplicador sobre hotelería, gastronomía, transporte, comercio y entretenimiento.
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Finalmente, los sistemas de protección social (salud pública, pensiones, asistencia educativa) amplían la cobertura de servicios básicos, impulsando la inversión pública y privada en el sector.
Estos factores convergen en un punto: el mundo ya no gira solo alrededor de lo que se fabrica, sino de lo que se vive, se aprende y se experimenta.